viernes, 11 de diciembre de 2015

ADAPTACIONES REPRODUCTIVAS EN PLANTAS



Las plantas no tuvieron sexo ni sexualidad, al menos para los botánicos, hasta finales del siglo XVII. Curiosamente el hombre sabía desde antiguo que las cosechas mejoraban si con el manejo adecuado de las estructuras reproductivas masculinas y femeninas se propiciaba su encuentro. Así, en el Antiguo Egipto, se cultivaban con preferencia palmeras datileras hembras –las que producían los dátiles– que eran oportunamente macheadas, para lo cual se cortaban las inflorescencias masculinas y se batían sobre las flores femeninas. En la misma época, pero en Grecia y Turquía, se realizaba otro proceso de aproximación productiva de sexos, en este caso en la higuera, la cabrahigadura, consistente en la colocación de sartas de cabrahigos –higos silvestres con flores masculinas– entre las ramas de las higueras domésticas, portadoras sólo de flores femeninas. Seguramente el agricultor no necesitó reflexionar sobre los motivos de la eficacia de su práctica, sabía que aproximando dos órganos distintos de la misma planta aumentaba la producción de frutos. Por su parte el sesudo científico, necesitado siempre de atar todos los cabos y, con frecuencia, con prejuicios de todo tipo, unos propios, otros de su tiempo, se mostró reacio a encontrar la explicación más lógica a lo que de forma tan sencilla le mostraba la naturaleza.

Es cierto que a lo largo de la historia de la botánica aparecen con frecuencia referencias a plantas machos y hembras, pero todas ellas están relacionadas con las propiedades exteriores de la planta nombrada: belleza, vigor, tamaño, resistencia, color, aroma, etc. Esta distinción nada tenía que ver con los órganos reproductores, ni con el reconocimiento de la existencia de sexos en el reino vegetal, sino más bien con lo que se consideraban características de masculinidad o feminidad. Con frecuencia estas referencias a sexos contrarios se aplicaban a individuos de especies e incluso de géneros distintos, incapaces por tanto de reproducirse entre sí. Éste es el caso del helecho macho –Dryopteris filix-mas (L.) Schott– y el helecho hembra –Athyrium filix-femina (L.) Roth–; y también del abrótano macho –Artemisia abrotanum L.– y el abrótano hembra –Santolina chamecyparissus. La sexualidad era vista como una acción puramente animal, que respondía a un apetito, a una llamada entre los sexos, por ello sólo podía aparecer entre organismos con sensibilidad, y necesitaba genitura y órganos sexuales para expresarse; todo eso lo tenía el observador, el hombre, pero las plantas carecían de ello, en consecuencia carecían también de sexualidad. Durante siglos los botánicos mantuvieron esta interpretación que nacía de la aceptación de los planteamientos de la filosofía natural y el galenismo; sólo la observación, como en tantas otras ocasiones, los sacó de su error. 

Alondra Guadalupe Viñas Morales.

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